Sol



Hay ciertos días en los que, de pronto, el sol se detiene y comienza a girar en sentido inverso, cada vez más y más rápido, al extremo de ver en mi cielo una linea halógena de claridad. La cercana estrella, tan caprichosa, vuelve a detenerse en un instante en el que mi aturdimiento y mis tenues mareos no me dejan ver lo que la realidad desconocida tiene para mostrarme. Mi apariencia es fantasmal, inorgánica. Quiero saber dónde estoy: hay árboles en abundancia (eucaliptos, para ser preciso), mucha luz amarilla de los postes de alumbrado, un par de autos que están como dormidos, un jardín grande que es en realidad un parque, y dos personas con la efervescencia propia del amor inicial que gritan al silencio su amor nuevo recién manifiesto. Me acerco y no me ven: nadie me observa esta noche porque soy un alma triste que vaga en lo desconocido. Me acerco más y me doy cuenta. Estoy en mis calles, y esas personas son ella, y yo. He ido al pasado, a esa noche única, mágica, en la que todos mis mayestáticos pensamientos se hicieron trizas ante sus ojos, esos que me rechazaron semanas después.

Ya todo tiene sentido; ya sé qué me rodea, entiendo ese irónico juego del sol, que me llevó a aquella noche en que mi corazón colapsó, arrastrándome hasta lo idílico de la maravillosa sensación de dependencia. Veo a la pareja magnetizada que junta sus miradas, sus manos, sus corazones, y yo, espíritu, solo quiero desintegrarme porque todos esos sentimientos fueron efímeros, ni siquiera llegaron a la navidad de ese año alegre y triste. Quiero desintegrarme por lo irracional de mi alma, que se mantiene conectada a algo que no vale la pena. Al final, el sol retoma su movimiento, y me hace regresar a la realidad, a este día de tinta y papel, al maremoto de la objetividad.

El problema es que el sol juega conmigo casi todos los días.

31052000

Comentarios

Entradas populares