Diario

Miedo, angustia, ganas de llorar. Porque no puedo huir de este laberinto de confusiones, denso, perpetuo, malicioso, contra el que ninguna dialéctica puede enfrentarse. Estoy apocado, absorto en una lucha inútil en la que lo único que prospera es el encono y el odio: a este mundo, a mí mismo. ¿Dónde estás, amiga amada? ¿Por dónde andas, corazón, que te olvidaste de mí?

Invierno, incitas a la tristeza, a mi destrucción fulminante. Me haces proclive a sufrir toda esta serie de cosas que odio porque hieren. Escapar de mi casa, de mi lugar no arreglaría nada, porque es en mi alma donde está la escoria, la putrefacción, la muerte.

A punto estoy de perder el juicio. La locura me abruma, ya casi me posee por completo. Precariedad, estupor, y el amor... dichosa palabra a la que no puedo colocarle un sentido. Temor, ¿a qué? ¿A esta situación presente o al desenlace final que parece ser inexorable? Las noches invernales son las más perniciosas y sórdidas, y yo ni siquiera puedo enfrentarme a ellas. Ni siquiera eso puedo.

(30/06/1995 - RyM N°2 1998)

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