Lista de espera

Miro por la ventana y todo parece en paz. El desierto al fondo no quiere decir nada; aquí al lado la palmera compañera acoge a cualquier ave que quiera posarse en ella, como todos los días, mientras las ardillas cruzan los cables telefónicos temerosas de que un halcón decida que pueden ser un almuerzo suculento. Quien sabe. Pero la calma no es más que una apariencia, la realidad es que ya no hay tiempo de secarse una lágrima por quien se va porque de inmediato sale otra, y otra más, y luego otra más, demasiadas pérdidas al mismo tiempo, se ha roto una represa con las penas de todos, imposibles de consolar a la vez. ¿Cómo así llegamos a este estado de luto persistente, a los simulacros de liturgia sin despedida alguna posible? ¿Por qué todo se reduce a resignarnos a los recuerdos? ¿Por qué los libros tendrán que llorar su propia congoja porque no serán leídos más? La ventana se oscurece, el gris cede la posta al negro, ahí sigue el desierto y la palmera, las lágrimas no dejan de brotar en todas partes, casi las escucho caer, mientras vivimos temblando porque tal vez, sin saberlo, se acabó la cuerda y ya estamos en la lista de espera.

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