Sobrevivir

Yo sobrevivía en este mundo de celofán azul sin ella
y todo era perfecto, pasando el tiempo en sutil actividad.
Disfrutaba con la brisa llegada del mar. Lloraba a veces,
como cuando la libertad que vacacionó por una década
volvió otra vez a mi patria,
barriendo la opresión corrupta y decimonónica,
o cuando me sentía solo, lleno de poesía,
sin nadie al costado, porque yo lo quería así
o porque los amigos sencillamente no estaban
en todos los momentos -y eso no es malo-.
Reía en silencio, muy seguido. Como cuando
la pequeña de siete primaveras limeñas
se acercaba a mí, con la sonrisa de todos los niños,
y me abrazaba, saltando hacia mi cuello,
sin soltarme, y yo caminaba lentamente hacia la cocina
y era el más feliz de todos. Lo juraría.
Vivía todos los días.
Nunca dejé de hacerlo. Y todo, por lo menos en apariencia,
estaba bien. La vida no quería enfermar.
Pero, un día se murió esa vida. La mató un rayo.
Hubo luto en mi mundo de cuatro paredes.
¡Todo estaba bien como antes!
Con Borges, Sabato, Kafka y Bryce,
las combis a la universidad, los números,
mi madre, mis hermanos y los perros.
Con los amigos que allí, siempre allí,
se mostraron como son.
¡Yo sobrevivía sin ella! ¡Era feliz! ¡Lo juraría!
Aunque creo que no tanto. Si así lo fuera
su llegada hubiera sido imperceptible, invisible
no como lo que es. Una vorágine. Un vórtice
que lo cambia todo.
¿Y cómo escapo de este conato de esclavitud?
¡Yo podía viivr sin ella!
Lo juro, yo podía.

(inicios de 2001)

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