Llave

La llave se ha perdido.
Esa, la de la puerta más importante.
La tenía tan segura, guardada y encadenada entre
la solidez pétrea de mis pensamientos fundidos
en años del polvo del desamor y del caos,
y entre la indestructible fe en ese algo
lleno de magia y de sabiduría absoluta.
Se perdió. Gritaba mi ser a los totales puntos
del universo que nadie la tendría, sino
solo yo, y nadie más que yo.
Y muero de miedo e inanición, Dios, porque
al pasar el milenio a la frialdad del pasado
una persona, pequeña, caminó cerca de mí,
y me mostró la llave feliz, brillante, intacta,
comprándose ella un pasaje en la historia,
en mi insignificante y descartable historia.

Allí, dentro de la vorágine del concreto,
y volando entre la arena, las gaviotas
el mar
y las luces esplendorosas del sol limeño veraniego,
esa mujer me dijo, al oído y con un susurro,
que la llave de la puerta de mi corazón
era suya, sólo suya, y que yo, sin darme cuenta,
se la había dado. No se perdió: yo se la di.
¿Y ahora? ¿Qué palabras le puedo decir
a esa mi alma que se protegía detrás
de esa puerta aparentemente inexpugnable?
No lo sé.
¿Le digo que el consuelo único es que
ella también me dio su llave?
¿Me la dio realmente? ¿Me la dará en un futuro incierto?
¿Le digo que tendrá -por fin- que salir
a dejar todos los egoísmos púberes
y fusionarse con otra alma hecha de miel?
Sí, hay cosas que no se pueden evitar,

Cosas que son, en esencia, maravilla.

(inicios 2001)

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