¿Por qué las cosas sucedieron?

La tierra es la vida, decían los antiguos con preclara sabiduría. Bajo tierra se colocan las semillas que luego, con la ayuda del agua, nos darán el alimento sublime que nos permitirá flotar en este mundo adolorido. Bajo tierra quizá nos protejamos del colapso guerrero humano, de ese dedo que apretará el botón de la hecatombe. Bajo tierra está la veta preciosa que extraemos desde la génesis de la raza, el oro y la plata que trajo nuestra sumisión, que permite nuestro avance. Bajo tierra colocamos a veces nuestra nutrida esperanza de que un día todo será como antes, cuando todo estaba bien, pero también bajo tierra Dios se nos disuelve, se desintegra, se oculta avergonzado. Allí, ese diecisiete de octubre de dos mil seis, se me quedaron las entrañas, el corazón sangrante; no pude más, me rendí ante la crueldad de lo predestinado. ¿Te acuerdas, hermano, cuando te miraba ya oculto, cuando trataba de seguir los viejos preceptos paternos de evitar las lágrimas y no aguanté llorar al ver a papá explotar de tristeza, luego de meses de silente estoicismo? ¿Te acuerdas que clamaba al cielo porque no soportaba que nos lloviera sobre mojado? El tiempo pasa, la vida sigue, los logros llegan, los niños nacen, las cicatrices permanecen, nos recuerdan lo que fue, lo que no se debe olvidar jamás: tus pasos, nuestros juegos infantiles, el respeto inmerecido que me guardabas. Hasta el final estarás aquí, bien adentro, porque te quise y te quiero, porque sigo sin explicarme por qué las cosas sucedieron.

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