Arrabales

Hola.

Bienvenida a los suburbios de mi mundo, a los arrabales de mi ciudad, al fuego helado de mis palabras. A tinta, lámparas y música; a mi cabeza enemiga de la estridencia, y a mi corazón vacío.

Y todo corazón vacío se vuelve cárcel. Con llaves, barracas, rejas y grilletes; policías, hostilidades y sombras. Simplemente soledad. En noches como esta de verano furioso y de lacrimógenos murciélagos jamás nadie me verá en esta mi cárcel azul, donde soy yo parte de todo y parte de nada. Donde me destruyo al contemplar el suicidio del mundo, donde me destruyo al suicidarme día tras día, donde no hay leyendas ni amaneceres

Ni crepúsculos.

Ni algún arcoiris.
Ni estrellas diurnas.

La verdad, no tengo ganas de hablar ni de escribir, ni de pensar. Pero mis dedos fluyen, inquietos porque temen al no ver el cielo, porque plasman su pánico en el papel nacarado, buscando que no los olviden. ¿Quizá esa sea la clave? ¿Las ideas desesperanzadas? ¿El desamparo de Dios, que abandonó a su Hijo y que con mayor razón podría dejarme solo? ¿O el miedo al olvido? Quizá la clave es que no quiero nada, o quizá la llave es que necesito más que respirar cansinamente.

Todo se acabará algún día. Esa es la verdad. Yo no quiero que se acabe. Esa es una verdad más grande que la anterior.

¡Yo sólo quiero que Él me dé su mirada! ¡Quiero poder mirarlo otra vez!

Por esto podría vivir o morir.

022000

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