Aires de fines de década

En el año que pasó aprendí a manejar ―con más de treinta años, algo tarde― y conocí un país nuevo con cosas que no se olvidarán en los años que me quedan en esta trocha desesperanzada. Me ascendieron quánticamente en el trabajo y me aceptaron como alumno para una maestría en finanzas que en dos meses me comenzará a torturar con mucho trabajo y poco sueño. Compramos un auto pequeño y azulado y un cuadro algo grande con una colonial imagen del centro de Lima, con dos balcones, un taxi y una iglesia amarilla al fondo. Se incrementaron los libros, que empiezan lentamente a rebasar su lugar en el departamento y el hijo creció día a día, llenando todo de encantos deliciosamente ineluctables. La compañera andó por sus caminos norteamericanos con un pequeño niño que tocó la nieve por vez primera. Volví a enseñar tras algunos años de inactividad docente y “publiqué” ―es un decir, porque fue de manera digital y tan solo como editor― un libro. Perdoné a alguien muy cercano por algo en los que todos me daban la razón, pero qué interesa, a cosas más sublimes que tener razón nos llama Cristo. Me sentí a veces cercano y a veces lejano a Dios, pero siempre tratando de permanecer en el camino en el que Él permanentemente anda con nosotros. Me siguen acompañando dolores del alma que no cesan a pesar de que el tiempo continúa transcurriendo, pero he ido aprendiendo a vivir con ellos. Profundicé algunas cercanías, consolidé abismos, aún he dudado en dejar lo que tengo que dejar. Me conocí más, me acepté un poquito más, aún me dejé arrastrar por melancolías. Creo que a fin de cuentas ha sido un buen tiempo, a Dios gracias.

Comentarios

Entradas populares